• menos copyright, más cultura
  • Aquí encontraras los libros que más buscabas...
  • Te invitamos a ver nuestra videoteca
  • Revista de sociología de la Universidad Central de Chile
  • Dale un 'i like' e invita a tus amigos
  • SPSS 17, Descargalo aquí

Jeffrey Alexander: Sociedades Occidentales

2.0. El Problema del Orden en las Sociedades Modernas.


       Como ya se ha señalado, el desarrollo conceptual presentado por Parsons en La Estructura de la Acción Social, es una discusión de largo aliento que despliega en contra de lo que ha denominado como el sistema utilitarista de la acción, que a su juicio, encuentra en el pensamiento de Hobbes su formulación lógica más rigurosa. A grandes rasgos, uno de los principales elementos analíticos de este sistema es la idea de individuo, expresado teóricamente como un ‘atomismo conceptual’ de carácter fragmentario. “La primera característica principal es cierto ‘atomismo’ y puede describirse como la fuerte tendencia a considerar principalmente las propiedades de actos unidad conceptualmente aislados y a inferir las propiedades de los sistemas de acción sólo mediante un proceso de generalización ‘directa’ a partir de estos”. Otro de los elementos principales del sistema utilitarista es la noción de racionalidad de la acción humana. “El punto de partida, tanto histórico como lógico, es la conceptuación de la racionalidad intrínseca de la acción. Esta implica los elementos fundamentales de ‘fines’, ‘medios’ y ‘condiciones’ de la acción racional y la norma de la relación intrínseca medio-fin. La racionalidad de la acción en términos de ésta es medida por la conformidad en la elección de medios, dentro de las condiciones de la situación, y de las expectativas derivadas de una teoría científica aplicada a los datos en cuestión y enunciada, como dice Pareto, de forma "virtual".

Para Parsons, lo que particulariza al utilitarismo como sistema de categorías es la centralidad que asume la noción eficiencia como la norma al momento de medir la racionalidad de los actores. “Todos estamos empeñados en variadas actividades prácticas, en las que mucho depende de la ‘adecuada’ selección de los medios apropiados para nuestros fines, y en la que la selección, dentro de los límites del saber normal en el lugar y tiempo en cuestión, se basa en un eficaz conocimiento empírico de la relación intrínseca entre el empleo de los medios y la realización de los fines”. La centralidad que asume la norma de eficiencia para analizar la acción y su contenido de racionalidad en el sistema utilitarista, hizo según Parsons, que los énfasis explicativos se concentraran en la relación medio-fin, lo que llevó al utilitarismo a abandonar el estudio de la naturaleza de los fines en su conjunto. Estos para propósitos analíticos, se tuvieron que considerar como dados (lo que les terminó por imprimir un carácter fortuito, es decir, no se tenía –ni se consideró necesario- una explicación sobre la naturaleza de los fines). Esta situación tiene como consecuencia que los procesos de interacción entre individuos se comienzan a ver impregnados de aleatoriedad y, por lo tanto, de importantes grados de contingencia. La consecuencia de todo ello es que los procesos de interacción social quedarían totalmente abiertos, donde cualquier suceso posible en la situación, tiene la misma probabilidad de acaecer. Esto haría que los sistemas de acción se volvieran muy inestables, muy irregulares e imprevisibles, tanto a nivel analítico como empírico.  

Los elementos del sistema teórico utilitarista, a saber: individuo, racionalidad y eficiencia (y su corolario respecto de lo fortuito que resultan los fines dentro de tal sistema), y las características que asumen sus relaciones, vinieron a plantear importantes limitaciones a su desarrollo analítico y explicativo. “El efecto general de los elementos individualistas de la tradición europea, en la medida en que tienen interés para esta exposición, ha sido el de subrayar la separación entre los distintos individuos que constituyen una sociedad, especialmente con respecto a sus fines. El resultado ha sido el de impedir la elaboración de algunas de las más importantes posibilidades de la teoría de la acción: las referentes a la integración de los fines en sistemas, especialmente las que implican una pluralidad de actores”. En esta observación radicaría el problema teórico fundamental para Parsons en su intento de superar el sistema utilitarista de la acción: explicar el orden social como un proceso de integración mayor a los individuos que participan de tal orden a través de su acción, enfrentando la cuestión de los fines de la acción (su origen), como algo central. Su propuesta tenía que enfrentar el desafío de desarrollar una teoría voluntarista, dejando de considerar a los fines de la acción como algo fortuito y azaroso; sino que al contrario, como un proceso analíticamente estructurado y ordenado. “El tipo utilitario de teoría… en la medida que tendía a convertirse en un sistema cerrado sobre una base positivista, se vio forzado a la hipótesis de que los fines eran fortuitos en relación con los elementos de la acción positivamente determinados [ ] El supuesto utilitario de los fines fortuitos es el único modo posible de sostener, sobre una base positivista, el carácter voluntarista de la acción, la independencia de los fines y los demás elementos normativos de la estructura de la acción, a partir del determinismo, en términos de herencia y medio”.

Como se puede apreciar, para el autor desarrollar una teoría verdaderamente voluntarista de la acción, implicaba necesariamente definir de modo positivo (y no como categoría residual) los fines que persiguen los individuos, de modo de evitar que los elementos subjetivos de la acción se terminasen por diluir en los factores invariables, condicionantes y externos de la acción, como ocurrió con el utilitarismo (su “voluntarismo” finalmente reposaba en elementos materiales y externos al actor, y no en su subjetividad de los individuos. De ahí que el sistema utilitarista se constituye en un modelo de comportamiento adaptativo a los condicionantes materiales externos de la situación que enfrenta el actor). En la medida que un modelo de análisis resguarda la independencia y autonomía de los elementos subjetivos que subyacen al comportamiento, sólo así es posible afirmar que el actor y su subjetividad (componentes fundamentales del nivel social de la acción), son componentes centrales del orden social. “No debe olvidarse que puede fácilmente haber elementos hereditarios que ‘orientan’ la conducta de acuerdo con una norma racional, pero sin el intermedio independiente del actor, básico para la concepción voluntarista de la acción. En la medida que esto sea cierto, cualquier aspecto subjetivo de la acción resultará ser reducible a términos de sistemas no subjetivos”.

Cuando ocurre lo anterior, cuando la subjetividad desaparece y la acción queda determinada por la herencia y el medio (elementos externos a la subjetividad del actor e invariantes de la situación), la idea de racionalidad de la acción sufre seria distorsiones. Primero, la acción pasa a ser concebida como un proceso de adaptación racional (instrumental, utilitaria), en la que el actor debe afrontar y resolver las contingencias de una situación (la acción aparece sólo es su dimensión reactiva, respondiendo principalmente a estímulos externos. De esta manera, la acción ya no aparece orientada por los fines del actor, sino más bien por los cambios en el ambiente situacional donde transcurre la acción). Otra pregunta que queda como problema insoluble producto de la dilución o prescindencia de los elementos subjetivos de la acción, es la cuestión del error en la acción: ¿cómo se pueden entender los yerros del actor cuando analíticamente, las dimensiones subjetivas de la acción han perdido relevancia explicativa?; es decir, ellos no podrían ser atribuidos al individuo. Si esto es así ¿quién se equivoca, a quién se debe atribuir los errores y fracasos que se puedan observar en la acción?

Para Parsons, todas estas cuestiones se transformaron en problemas insolubles para el sistema de pensamiento utilitarista, fracasando en su explicación voluntarista del orden, el que ahora pasaba a depender de elementos invariantes de la situación y externos al actor (elementos objetivos), prescindiéndose de los elementos de carácter subjetivos atribuidos al actor. Paradójicamente, individuo y racionalidad, los elementos que el utilitarismo deseaba rescatar (analíticamente) y conservar (social y políticamente) para explicar la sociedad moderna y su orden, se volvieron prescindibles. “Se ha mostrado que la postura utilitaria es intrínsecamente inestable y que, para mantenerla dentro de un esquema positivista, es necesario utilizar un apoyo metafísico y extra-positivista que, en los casos analizados aquí, ha adoptado la forma del postulado natural de intereses”.

            Para el autor, las contradicciones lógicas en la que tuvo que incurrir el sistema utilitarista, pueden expresarse en lo que llamó el “dilema utilitario”: optar entre una postura positivista radical o una estrictamente utilitaria (distintas versiones de este sistema de pensamiento). “El primer proceso suponía abandonar completamente el esquema medio-fin como analíticamente indispensable; el último significaba una creciente dependencia de supuestos metafísicos extra-científicos”.  Alexander nos ofrece una excelente síntesis de la problematización a la que llegó nuestro autor al analizar las contradicciones del sistema utilitario de pensamiento. “Parsons cree que esta eliminación del voluntarismo mediante la versión colectiva de la teoría utilitaria crea el ‘dilema utilitarista’. Si el utilitarismo desea mantener la subjetividad y la libertad [del individuo], tiene que permanecer individualista. Si desea explicar el orden de manera más positiva, tiene que eliminar la agencia y volver a enfatizar los elementos inalterables de la interacción humana, trátese de la herencia (instintos biológicos) o del medio ambiente. Las segundas son condiciones que el actor no puede controlar, cosas que no guardan ninguna relación con su identidad y voluntad”.

La primera parte del dilema, conserva al individuo y su libertad, pero convierte en un “zapato chino” analítico a la cuestión del orden (se vuelve analíticamente inestable). Producto de ello, recurre a elementos metafísicos para explicarlo, pero a costa de sacrificar al actor y su subjetividad (su peso conceptual desaparece). Como se puede ver, orden social e individuo, sociedad y libertad personal, se convierten en categorías antinómicas, excluyentes e irreconciliables dentro del sistema de pensamiento utilitario. Esto constituye su gran paradoja. Y dado que para explicar el orden, se termina por prescindir del individuo como elemento analítico, los factores de orden normativo como componentes estructuradores del orden social, se evaporan. Como ya se ha indicado, estas no se realizan solas ni automáticamente, sino que operan por medio de la acción que emprenden los individuos. “En consecuencia, cuanto más rigurosa y sistemáticamente se han llevado a cabo las implicaciones de la postura positivista, más precario ha resultado el estatus de los elementos normativos de la acción que podrían encontrar formulación adecuada dentro de un esquema positivista. Para Parsons, la solución al problema del orden planteado por Hobbes, el surgimiento del Leviatán, proporciona una solución muy restringida e inadecuada con los valores de la teoría liberal, además de plantear una serie de cuestiones de difícil resolución y que resultan críticas al momento de analizar el orden social, especialmente aquellas relacionadas con la cooperación social y la reducción de la contingencia de la acción y la incertidumbre colectiva.