por Theotonio Dos Santos
Los movimientos sociales clásicos de la región latinoamericana tuvieron una fuerte influencia anarquista, sobre todo en su fase inicial de formación, a través de la migración europea, principalmente italiana y española, de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Estos inmigrantes anarquistas se dirigieron hacia las zonas rurales eventualmente, pero principalmente hacia las zonas urbanas formando las primeras levas de movimientos obreros, que eran básicamente artesanos y trabajadores de pequeñas actividades económicas. El anarquismo se presentaba como una ideología muy adecuada a la forma de vida de estos obreros pues existía una correspondencia entre las actividades que desarrollaban estos artesanos y pequeños empresarios y los aspectos esenciales de la ideología anarquista. A partir de la Primera Guerra Mundial y posteriormente durante los años veinte, la expansión de las manufacturas en la región, crea condiciones para el surgimiento de un proletariado más industrial, que tendrá su pleno desarrollo con los procesos de industrialización de la década del treinta.
Los movimientos anarquistas tuvieron un auge importante en toda la región entre 1917 y 1919, que se expresó en huelgas generales profundamente significativas y que abrieron un proceso de sindicalización del movimiento obrero, como el caso de Perú en 1919, Brasil en 1917, Argentina en 1918, México igualmente por la misma época. Se crea un clima político generalizado favorable a la Huelga General como forma de lucha principal. Estas huelgas generales no tenían, en algunos casos, un objetivo claro, buscando una especie de disolución del Estado; en otro casos, podían tener reivindicaciones específicas como la reducción de la jornada a ocho horas por día y mejoras salariales y de condiciones de trabajo y de vida de los obreros, como es el caso de la huelga de 1919 en el Perú. Sin embargo, son reprimidas brutalmente sin poder acumular fuerzas, generando una autocrítica en gran parte del movimiento anarquista que va a conducirlos al bolchevismo.
Estos movimientos huelguísticos, estuvieron también marcados por la influencia de la revolución rusa, tanto la revolución bolchevique como la del 10 de febrero de 1917, y por ese proceso revolucionario general y huelgas generales que habían sido características en la revolución de 1905. La corriente bolchevique llamada “maximalista” era, en general, compuesta por anarquistas que pensaron que el bolchevismo era una manifestación del propio anarquismo. Esta visión, bajo la cual el bolchevismo era una forma de “maximalismo”, se mantuvo hasta 1919-1920, cuando los bolcheviques rusos se confrontan con los Kronstadt que habían sido uno de los brazos principales de la revolución de 1917 y que entran en choque con el gobierno bolchevique, siendo reprimidos tenazmente. A partir de ahí parte de los anarquistas comienzan a alejarse del bolchevismo y las corrientes que se mantuvieron fieles al mismo formarán los partidos comunistas.
Movimientos
En síntesis, este período va a marcar la transición del anarquismo, con su versión maximalista que se destruye junto con las huelgas generales brutalmente reprimidas, a los movimientos comunistas latinoamericanos. Hasta los años veinte, a pesar de la importancia que la Internacional Socialista tuvo en Europa, los partidos socialdemócratas europeos no llegaron a tener una influencia significativa en América Latina, excepto en Argentina que fue el único país que tuvo representación en la II Internacional. A partir de los años 20 el movimiento obrero de la región se incorpora al campo del marxismo con especial énfasis en su versión comandada por la Internacional Comunista.
a) El Movimiento Campesino: Los campesinos sufrían bajo una fuerte dominación de los señores de tierra que los sometía a condiciones extremamente negativas de cultivo y organización. Solamente las comunidades indígenas poseían los medios para auto dirigirse, a pesar de las represiones que sufrieron históricamente. Ellos fueron la cabeza de una insurrección popular que fue una referencia fundamental en todo la región: la Revolución Mexicana de 1910, que va a tener una base campesina extremamente significativa. La lucha contra el porfirismo es una lucha democrática conducida básicamente por partidos democráticos de clase media, pero que por necesidad de base política se aproximan a los campesinos, produciéndose de esta forma una articulación muy fuerte entre el movimiento campesino y las luchas democráticas mexicanas. Ahí también se empieza a configurar un vínculo más claro entre movimiento campesino y movimiento indígena, que en el caso mexicano es muy significativo, a pesar de que los movimientos campesinos no se presentan como movimientos indígenas. Sin embargo, los líderes estaban articulados a sus orígenes indígenas, sobre todo Zapata, que tiene una fuerte representatividad como líder indígena, a pesar que no basar su liderazgo específicamente en ello. En aquel momento, el movimiento está volcado fundamentalmente hacia la cuestión de la tierra.
Junto a esto, es necesario destacar también el papel específico de los movimientos campesinos, que llegaron a tener un auge relativamente importante en América Central durante los años 20-30, cuando ya existía una explotación de campesinos asalariados directamente subordinados a empresas norteamericanas que los organizan en las actividades exportadoras. En esta región se formaron bases importantes de lucha por la reforma agraria que debido a la fuerte presencia estadounidense se mezclaron con las luchas nacionales contra la dominación norteamericana. Este es el caso del sandinismo, de las revoluciones de El Salvador, que lideró Farabundo Martí, de las huelgas de masas cubanas y, en parte, de la Columna Prestes en Brasil, que a pesar de no tener una base campesina, sino fundamentalmente pequeño burguesa, va a entrar en contacto con la población campesina, desarrollando una cierta interacción de este movimiento de clase media de origen militar con el campesinado. Sin embargo, no se puede hablar de un movimiento campesino realmente significativo en este período en Brasil.
b) El Movimiento Obrero: El movimiento obrero latinoamericano ha sido el otro sostén de las fuerzas populares en el continente y encuentra su base material en la primera ola de industrialización durante la primera década del siglo XX. Podemos decir que se consolida como movimiento mucho más sólido en los años 20, desde el marxismo leninismo, esto es, de la influencia bolchevique y de la revolución rusa que se sobrepone a la segunda internacional y al anarquismo, a pesar de que este última marca su fase germinal. Este aspecto es muy importante para configurar las características principales del movimiento obrero latinoamericano, sobre todo desde el punto de vista ideológico.
Paralelamente a este fenómeno, existieron algunas zonas mineras relativamente importantes, con un proletariado asalariado que tenía reivindicaciones propias bastante más colectivas, cuya formación tuvo menos influencia anarquista. Tal vez esto explique el hecho de que en Chile existía un partido demócrata con base obrera minera muy significativa, antes del desplazamiento de estos trabajadores hacia el Partido Comunista Chileno, lo que da también a este partido diferencias respecto al resto de los partidos comunistas latinoamericanos, porque nace de una base no propiamente anarquista, dentro de una concepción políticas más próxima a la socialdemocracia, a pesar de que el Partido Demócrata chileno no era propiamente un partido socialdemócrata, sino un partido más próximo del radicalismo, correspondiente a los partidos pequeño burgueses de tipo liberal. En otro países de América Latina también existieron presencias mineras importantes, como en el caso de Perú, Bolivia, Colombia. Sin embargo, el movimiento minero boliviano sólo va a alcanzar su auge en la década de los 40-50, llegando a ser protagonista de la revolución boliviana.
c) Los movimientos de clase media y el Movimiento Estudiantil: El ala del movimiento obrero que luego formará los partidos comunistas se aproximará a sectores de la clase media en torno a objetivos democráticos, como es el caso de los “tenientes” en Brasil, que sería un movimiento social de clase media militar, con objetivos de democracia política. Otros movimientos de clase media como el Aprismo peruano, se adhieren a una plataforma de tipo nacional democrática, levantando banderas como la democracia política, el antiimperialismo, la defensa de las riquezas nacionales, la reforma agraria, la industrialización asumida como una tarea del Estado, etc. Otro tema que la clase media también levantó de manera muy orgánica durante los años 20 y condujo a un movimiento social propio fue la reforma universitaria, que tuvo como expresión principal las luchas del movimiento estudiantil en Córdova en Argentina, de gran impacto en el ambiente universitario y político latinoamericano, que exigían la participación de los estudiantes en la conducción de la universidad, la reforma curricular, la apertura de la universidad hacia los procesos sociales.
En México, la lucha a favor de la reforma universitaria asumirá ciertas banderas nacional-democráticas y étnicas que no fueron bien asimiladas por los partidos comunistas y por ciertas alas de la izquierda, aunque finalmente el movimiento educacional mexicano va a tener su gran expresión en la Educación Socialista que tendrá su auge durante los años 30. No se puede dejar de considerar como parte de los movimientos sociales, los movimientos culturales y artísticos, como es el caso del muralismo mexicano, que formó parte del movimiento de la Revolución Mexicana o procesos como la revolución modernista de Brasil en 1922 y otros movimientos similares, principalmente durante los años 20, que buscaban que el arte se aproximase más al pueblo y fuese su expresión mayor. Estos movimientos culturales tuvieron su expresión en el regionalismo entre los años 30 y 40, que parten de un rescate de visiones locales, y se proyectan con un sentido universal.
Este conjunto de movimientos hasta los años 30, va a definir una plataforma de reivindicaciones de los movimientos sociales de la región, teniendo en primer lugar la cuestión de la tierra, de ahí la importancia de la Revolución Mexicana; la cuestión minera, que representa la cuestión nacional, sea de la propiedad de las minas o de una participación de los Estados que abrigan los yacimientos en la renta de las minas; las cuestiones salariales que ya están articuladas con las otras reivindicaciones, principalmente en las zonas mineras y en las zonas proletarias urbanas, sobre todo cuando el movimiento obrero urbano se va constituyendo más claramente en un movimiento asalariado.
Junto a esto, es necesario destacar también el papel específico de los movimientos campesinos, que llegaron a tener un auge relativamente importante en América Central durante los años 20-30, cuando ya existía una explotación de campesinos asalariados directamente subordinados a empresas norteamericanas que los organizan en las actividades exportadoras. En esta región se formaron bases importantes de lucha por la reforma agraria que debido a la fuerte presencia estadounidense se mezclaron con las luchas nacionales contra la dominación norteamericana. Este es el caso del sandinismo, de las revoluciones de El Salvador, que lideró Farabundo Martí, de las huelgas de masas cubanas y, en parte, de la Columna Prestes en Brasil, que a pesar de no tener una base campesina, sino fundamentalmente pequeño burguesa, va a entrar en contacto con la población campesina, desarrollando una cierta interacción de este movimiento de clase media de origen militar con el campesinado. Sin embargo, no se puede hablar de un movimiento campesino realmente significativo en este período en Brasil.
b) El Movimiento Obrero: El movimiento obrero latinoamericano ha sido el otro sostén de las fuerzas populares en el continente y encuentra su base material en la primera ola de industrialización durante la primera década del siglo XX. Podemos decir que se consolida como movimiento mucho más sólido en los años 20, desde el marxismo leninismo, esto es, de la influencia bolchevique y de la revolución rusa que se sobrepone a la segunda internacional y al anarquismo, a pesar de que este última marca su fase germinal. Este aspecto es muy importante para configurar las características principales del movimiento obrero latinoamericano, sobre todo desde el punto de vista ideológico.
Paralelamente a este fenómeno, existieron algunas zonas mineras relativamente importantes, con un proletariado asalariado que tenía reivindicaciones propias bastante más colectivas, cuya formación tuvo menos influencia anarquista. Tal vez esto explique el hecho de que en Chile existía un partido demócrata con base obrera minera muy significativa, antes del desplazamiento de estos trabajadores hacia el Partido Comunista Chileno, lo que da también a este partido diferencias respecto al resto de los partidos comunistas latinoamericanos, porque nace de una base no propiamente anarquista, dentro de una concepción políticas más próxima a la socialdemocracia, a pesar de que el Partido Demócrata chileno no era propiamente un partido socialdemócrata, sino un partido más próximo del radicalismo, correspondiente a los partidos pequeño burgueses de tipo liberal. En otro países de América Latina también existieron presencias mineras importantes, como en el caso de Perú, Bolivia, Colombia. Sin embargo, el movimiento minero boliviano sólo va a alcanzar su auge en la década de los 40-50, llegando a ser protagonista de la revolución boliviana.
c) Los movimientos de clase media y el Movimiento Estudiantil: El ala del movimiento obrero que luego formará los partidos comunistas se aproximará a sectores de la clase media en torno a objetivos democráticos, como es el caso de los “tenientes” en Brasil, que sería un movimiento social de clase media militar, con objetivos de democracia política. Otros movimientos de clase media como el Aprismo peruano, se adhieren a una plataforma de tipo nacional democrática, levantando banderas como la democracia política, el antiimperialismo, la defensa de las riquezas nacionales, la reforma agraria, la industrialización asumida como una tarea del Estado, etc. Otro tema que la clase media también levantó de manera muy orgánica durante los años 20 y condujo a un movimiento social propio fue la reforma universitaria, que tuvo como expresión principal las luchas del movimiento estudiantil en Córdova en Argentina, de gran impacto en el ambiente universitario y político latinoamericano, que exigían la participación de los estudiantes en la conducción de la universidad, la reforma curricular, la apertura de la universidad hacia los procesos sociales.
En México, la lucha a favor de la reforma universitaria asumirá ciertas banderas nacional-democráticas y étnicas que no fueron bien asimiladas por los partidos comunistas y por ciertas alas de la izquierda, aunque finalmente el movimiento educacional mexicano va a tener su gran expresión en la Educación Socialista que tendrá su auge durante los años 30. No se puede dejar de considerar como parte de los movimientos sociales, los movimientos culturales y artísticos, como es el caso del muralismo mexicano, que formó parte del movimiento de la Revolución Mexicana o procesos como la revolución modernista de Brasil en 1922 y otros movimientos similares, principalmente durante los años 20, que buscaban que el arte se aproximase más al pueblo y fuese su expresión mayor. Estos movimientos culturales tuvieron su expresión en el regionalismo entre los años 30 y 40, que parten de un rescate de visiones locales, y se proyectan con un sentido universal.
Este conjunto de movimientos hasta los años 30, va a definir una plataforma de reivindicaciones de los movimientos sociales de la región, teniendo en primer lugar la cuestión de la tierra, de ahí la importancia de la Revolución Mexicana; la cuestión minera, que representa la cuestión nacional, sea de la propiedad de las minas o de una participación de los Estados que abrigan los yacimientos en la renta de las minas; las cuestiones salariales que ya están articuladas con las otras reivindicaciones, principalmente en las zonas mineras y en las zonas proletarias urbanas, sobre todo cuando el movimiento obrero urbano se va constituyendo más claramente en un movimiento asalariado.
2. EL POPULISMO Y LAS LUCHAS NACIONAL-DEMOCRATICAS
El conjunto de movimientos sociales que surgen a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, con base cultural propia, con proyectos propios, van a tener la oportunidad de aproximarse al poder en los años 30 y 40 con la formación de los gobiernos populares y populistas. Estos gobiernos buscan apoyarse en esas bases populares y estructurar ese movimiento en el contexto de una gran lucha nacional democrática, integrando todas esas fuerzas sociales y culturales dentro de un movimiento de contenido nacional democrático que va solidarizarse con los movimientos anticoloniales afro-asiáticos después de la Segunda Guerra Mundial, pero que ya había incorporado muchos puntos comunes dentro de los movimientos antiimperialistas de los años 20 hasta la Segunda Guerra Mundial. Los comunistas consiguieron colocar estos diversos movimientos dentro de una misma lógica nacional democrática en la medida en que avanzaba la lucha anticolonialista.
Después de la Primera Guerra Mundial, en la medida en que se van constituyendo gobiernos más próximos a estos movimientos, estos se van articulando más con los Estados nacionales. Un ejemplo claro de este proceso es el caso mexicano, que ya en los años 20 nos muestra como los movimientos campesinos y obreros se articulan al PRI (Partido de la Revolución Institucional), y al gobierno de la revolución mexicana.
La base social no son ya los inmigrantes, sino los obreros urbanos del proceso de industrialización de los años 20, este movimiento obrero va a tender hacia la ruptura con el movimiento anterior. En algunos lugares, como en el caso de Argentina, donde se presentará de manera más clara un cierto rechazo al antiguo movimiento obrero radical por parte del nuevo proletariado de origen campesino, migrante rural sin ideología. Este nuevo obrero va a aproximarse mucho más de los dirigentes del proceso de industrialización dando lugar a los llamados movimientos populistas: el peronismo en Argentina, el varguismo en Brasil, el propio caso mexicano, a pesar del carácter más radical del cardenismo, que se apoya en antecedentes más sólidos en base a la revolución mexicana. Pero el cardenismo es, en cierta forma, una expresión de la vinculación entre movimiento campesino y movimiento obrero y otros movimientos sociales, como el estudiantil, con los objetivos nacional democráticos. Durante los años 40 se empieza a consolidar el fenómeno del populismo. En el caso de Chile, durante el gobierno del Frente Popular, que era compuesto abiertamente por partidos de izquierda: el Partido Socialista, el Partido Radical de origen más democrático y los comunistas.
En esta fase el Partido Socialista chileno consigue absorber gran parte del movimiento obrero joven chileno y se aproxima a los comunistas. La unidad entre socialistas y comunistas se va a colocar sólo en los años 50, en un momento crucial en 1952, con la primera candidatura de Allende. En esta nueva fase se perfila también el movimiento revolucionario boliviano, que va a hacer converger los mineros y los campesinos en la lucha por la reforma agraria, la nacionalización de las minas, la formación de una democracia radical de masas. Todo esto fue posible a pesar de la desconfianza entre ambas partes. Los mineros siempre pensaron en una reforma agraria más basada en la propiedad colectiva de la tierra , mientras que los campesinos defendían la pequeña propiedad rural, y esto provocó diferencias que dividieron el movimiento de la revolución. Históricamente, en la década del 60 produjo una contra-revolución basada en el movimiento campesino e indígena, contra los mineros, que también se apoyaron en los obreros urbanos, produciéndose una ruptura entre la llamada alianza obrero-campesina. En el caso mexicano, campesinos y obreros continuaron básicamente dentro de la revolución mexicana, gran parte de la tierra fue colectivizada de forma que el movimiento campesino se mantuvo en una perspectiva relativamente socialista, a pesar de que el indigenismo mexicano procuró resaltar siempre los peligros de esa concepción colectivista considerada ineficiente, burocrática y autoritaria.
De esta manera, se definía el perfil nacional democrático como formador de la nueva clase obrera. Dependiendo de la capacidad de comunistas y socialistas de adoctrinarla en una perspectiva socialista, se hacía posible articular la cuestión nacional y el antiimperialismo que motivaban las luchas nacionales en el continente bajo la dominación del capitalismo norteamericano en expansión en el mundo, hasta convertirse en el centro hegemónico del sistema mundial después de la Segunda Guerra Mundial. La Alianza entre la Unión Soviética y los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial, se prolonga hasta 1947 cuando la política de la Guerra Fría transforma los anteriores aliados en enemigos, a partir de este momento EE.UU. es transformado por los comunistas en enemigo de los trabajadores, mientras los servicios de inteligencia norteamericanos trabajan para romper las alianzas entre comunistas, socialistas y social cristianos que se habían implantado durante la Segunda Guerra Mundial. Al ponerse en evidencia el carácter imperialista de la política estadounidense que se había olvidado durante la Alianza Democrática antifascista, empieza a desarrollarse un nuevo frente antiimperialista que encuentra su punto más alto en Brasil a fines de los años 50, después del suicidio de Getulio Vargas amenazado de “impeachment” y en el gobierno Kubistchek-João Goulart. En este perído los comunistas, colocados en la ilegalidad en 1947, después de solo 2 años acción política legal, vuelven a hacerse semi-legales durante los primero 4 años de la década del 60, particularmente durante el gobierno de João Goulart, entre 1961 y 1964. En este momento la tesis de la unidad entre la burguesía nacional y el movimiento popular obrero-campesino-estudiantil se convirtió en un principio estratégico fundamental. Esta concepción ha sido sin embargo derrotada por los golpes de Estado, como el de 1964 en Brasil, el de Onganía en Argentina (1966), y nuevas experiencias militaristas como la de Hugo Banzer en Bolivia.
En esta misma época surgía una nueva realidad estratégica en América Latina. La declaración de Cuba como una República Socialista en 1962, en respuesta a la invasión de Bahía Cochino, introdujo en la región la cuestión del socialismo como forma inmediata de transición hacia un nuevo régimen económico-social colectivista. Esta nueva experiencia pasó a influir sectores significativos de las fuerzas políticas de izquierda alcanzando su expresión más elaborada en el programa socialista de la Unidad Popular en Chile. Entre 1970 y 1973 se intentó, en este país, una experiencia absolutamente insólita: realizar una transición hacia un régimen de producción socialista en condiciones de legalidad democrática. Esta experiencia introdujo una nueva dimensión en el movimiento obrero de la región y de todo el mundo.
La violencia de la represión de los gobiernos militares impuesta en Chile y en otros países contrastaba con la experiencia de un gobierno militar nacional-democrático en Perú, iniciado en 1968 por Velasco Alvarado. El regreso de los peronistas a la legalidad en Argentina y su victoria aplastante en las elecciones de 1972 había generado pánico en las clases dominantes y en los centros de poder imperialista. Era el desastre total si se consideraba la eminente derrota de Estados Unidos en Vietnam. Más que nunca la represión y el terror estatal se desarrollaron hasta sus formas más radicales. No hay duda que el terror fascista inaugurado por Pinochet y profundizado por los golpistas argentinos llevó hasta el paroxismo la represión en la región.
A pesar de las huelgas de masas de los trabajadores de las grandes empresas agrícolas exportadoras – que sostuvieron a Sandino o impusieron la huelga de masas en El Salvador el movimiento campesino solo vino a alcanzar una victoria significativa durante la revolución en Guatemala con Arbenz en 1952 y particularmente en la revolución boliviana cuando las milicias campesinas y mineras tomaron la dirección del país. En la década de los 50 se iniciaron las Ligas Campesinas lideradas por Francisco Julião en Brasil. En los años 60 la estrategia anti-insurreccional comandada por los militares estadounidenses absorbió finalmente la propuesta de una reforma agraria ordenada que se aplicó sobre todo en el Chile demócrata-cristiano bajo la presidencia de Eduardo Frei. Esta reforma agraria se hizo más radical, completa y profunda en los años 1970-73 bajo el gobierno de la Unidad Popular, teniendo como presidente Salvador Allende.
A lo largo de todos estos años, la reivindicación por la tierra estuvo en el centro de las luchas populares y de la alianza obrero campesina, con fuerte apoyo estudiantil y de sectores de la clase media urbana. Estas reivindicaciones llegaron hasta la Revolución Sandinista en Nicaragua. Se puede decir, sin embargo, que en las décadas de los 80 y los 90 el fuerte control de las multinacionales sobre la producción agrícola en vastas regiones del continente cambió dramáticamente el sentido de la lucha campesina. Entre 1960 y 1990 se completó un proceso de emigración del campo a la ciudad que expulsó definitivamente vastas capas de pequeños propietarios agrícolas y consolidó la gran y mediana empresa agroindustrial, articuladas con las transnacionales agrícolas o manufactureras de productos agrícolas. Se desarrolla la figura del asalariado agrícola estacional y surge un nuevo movimiento campesino de carácter sindical, con pequeña presión sobre la tierra.
El caso brasileño es paradigmático: los “boias frías” (así llamados por la comida fría que llevan para sus precarias refecciones en un espacio agrícola ultra especializado y mecanizado) inundan las zonas rurales y solamente en la década del 80 resurge una demanda por tierra en la medida que aumenta el desempleo en las zonas rurales y pequeñas ciudades, generando una población desempleada que busca retornar a la tierra. De ahí surge el Movimiento de los Sin Tierra (MST) que presiona por una reforma agraria más ágil pero no cuestiona la legislación de tierras del país que dispone la compra de las tierras no cultivadas a precio de mercado para distribuir entre los campesinos sin tierra. La fuerza del MST no deriva tanto de la radicalidad de su demanda por la tierra sino de sus métodos de ocupación de la misma para forzar la reforma agraria y de sus métodos de gestión comunitaria de las tierras asentadas por ellos, así como su concepción socialista de una economía donde los campesinos pueden alcanzar su pleno desarrollo. Su preocupación con la tecnología agrícola de punta, por las cuestiones ambientales y por la educación de sus cuadros y de sus hijos los colocan a la vanguardia de la sociedad brasileña. Sus principales banderas de lucha se resumen en: tierra, agua y semillas, en el la pugna por la soberanía alimentar en Brasil. Ellos se preparan así para enfrentar las transnacionales agroindustriales en una perspectiva de largo plazo que choca a los conservadores brasileños.
Es necesario resaltar sin embargo un fenómeno nuevo que hace posible esta concepción de largo plazo del Movimiento de los Sin Tierra: ellos cuentan con el fuerte apoyo de la pastoral de la tierra en Brasil. La Iglesia ha decidido que no puede entregar el más grande país católico del mundo a la saña de las elites explotadoras de este país. Una revolución social anti-católica sería un golpe definitivo en el catolicismo como religión con pretensiones de universalidad.
a) La cuestión étnica: En esta fase se incorporan cuestiones totalmente nuevas: El indigenismo, no solo visto como tal sino como una crítica cultural campesina, donde el campesinado reivindica también su conservación y no simplemente su eliminación en una sociedad superior. La cuestión étnica se presenta en dos vertientes diferenciadas, la cuestión étnica campesinaindígena y étnica campesina-negra. Es necesario hacer una distinción entre ambas tendencias porque los negros formaron un movimiento fundamentalmente campesino, que asumió la lucha contra el esclavismo, contra la dominación española en Cuba, participó en la revolución cubana y los procesos de liberación de otros países en la región. Los negros se organizaron con mucha facilidad y llegaron a constituir una parte importante de ese movimiento obrero no-europeo, no-socialista, pero encuadrado en esa vertiente populista. A pesar de que los comunistas consiguieron en algunos lugares una base importante en el movimiento negro, siempre negaron la especificidad de este movimiento y estuvieron contra la idea que asumiese una forma específica. La propuesta siempre fue que ellos se incorporaran a las luchas por las libertades civiles, negando de esta forma su contenido étnico. Esta visión étnica de la cuestión negra solo se va a proyectar a partir de la década de los 60, teniendo como una de las referencias principales al “black power” en Estados Unidos, donde se produce una ruptura con la visión de los derechos civiles, y los negros sostiene que no quieren ser iguales a los blancos, por lo tanto, sus luchas no son por la igualdad con los blancos sino por el derecho de ser negros. Esta perspectiva se expresa en la idea de “black beautiful”.
El contenido étnico del movimiento indígena renace en los años 70, cuando los indígenas reivindican sus orígenes como una estructura ideológica para las luchas sociales contemporáneas, y exigen el liderazgo de los movimientos guerrilleros. El indigenismo aparece fuertemente en América Latina en los años 70 en las luchas guatemaltecas donde dejan claro que la guerrilla estaba dirigida por indígena, a pesar de la participación externa, siempre subordinada al liderazgo indígena. Esta vertiente va a tener una cierta expresión en México, que luego va a tener una manifestación especial en el zapatismo, donde la vertiente indígena asume el carácter de una postura ideológica propia, que tiene su inspiración indigenista pero tiene también un objetivo universal. Este reconocimiento e identidad indígena americana es un fenómeno muy profundo y expresivo, que pretende también ser mundial: indígenas de diferentes regiones del mundo, buscan formar un movimiento donde el indigenismo tiene que ver con una postura ecológica, de una relación fuerte con la naturaleza, con una ideología opuesta al capitalismo y también las vertientes estalinistas del marxismo, pretendidas fuerzas progresistas que ven el progreso como un camino eliminador de las formas anteriores.
b) El Movimiento Femenino: Por otro lado se da la emergencia del movimiento femenino aunque, cabe resaltar, éste existe en todas las épocas como parte de otros movimientos sociales, como el movimiento negro, del movimiento por las luchas civiles que tiene como objetivo principal la igualdad de derechos entre los hombres, etc. El movimiento femenino a partir de la década del 60 comienza a reivindicar no solo que los derechos civiles de las mujeres sean incorporados a la sociedad moderna sino que la sociedad incorpore la visión femenina del mundo. Esto supone la participación de la mujer en la cultura, ya no como un elemento pasivo, sino a partir de una reestructuración de la cultura que acentúa, sobre todo, el papel de la vida. La mujer representaría una visión del mundo a partir de la vida, como portadora de la misma, sino con una percepción del mundo desde el punto de vista de la vida, y esto modifica totalmente la visión de la sociedad y del mundo.
3. LA AUTONOMIA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LAS NUEVAS FORMAS DE RESISTENCIA
25 años de experiencia neoliberal, comandadas a nivel internacional por el FMI y por el Banco Mundial, sumergieron nuestros países en graves problemas económicos que llevaron los movimientos sociales de la región a la defensiva. El desempleo, la inflación, la caída de los niveles salariales, la falta de inversiones sean productivas, de infraestructura, o sociales y la ausencia de nuevos empleos como consecuencia de esta situación forman un conjunto de fenómenos que va destruyendo el tejido social, desestructurando las lealtades institucionales, rompiendo los lazos sociales, abriendo camino a la violencia, las drogas y la criminalidad en sus diversas formas de expresión. Las armas principales del movimiento obrero, como la huelga y otras formas de interrupción del trabajo, pierden fuerza en la medida en que amplias masas de desempleados o recién llegados a la actividad laboral están siempre dispuestas a sustituir a los trabajadores activos. Las posibilidades de luchas callejeras alcanzan cierto auge hasta que el cansancio y el enfrentamiento con formas despiadadas de represión hacen retroceder el movimiento que va perdiendo sus objetivos y abre camino a la acción del “sub-proletariado” que no dispone de programas de lucha organizados y consecuentes.
Estos años de recesión fueron combinados también con un período similar de represión institucional y regímenes de excepción apoyados en formas de terror estatal. En realidad, estos regímenes empezaron antes de la fase de recesión sistemática. Esta debería ocurrir en la década del 70 pero fue retrazada debido a la captación de recursos externos en forma de préstamos internacionales a bajo precio como consecuencia del reciclaje de los petrodólares. En la década del 80 empieza la exigencia de pago inmediato de los intereses aumentados debido al crecimiento del principal bajo la forma de “renegociaciones” irresponsables de las deudas e incrementados debido al aumento de las tasas internacionales de interés a partir de las decisiones adoptadas por el Tesoro de Estados Unidos.
Esta combinación de recesiones sucesivas, regímenes de excepción, terrorismo de Estado y rebaja del nivel de vida de los trabajadores fue seguida de una ofensiva ideológica contraria a las conquistas de los trabajadores y a las mejoras obtenidas por el conjunto de la población durante los años de crecimiento económico. La ofensiva ideológica neoliberal alcanzó su auge en la segunda mitad de los años 80, con la política derrotista de los liderazgos políticos de la Unión Soviética y de la Europa Oriental. A partir de la caída de los regímenes del llamado “socialismo real” se abrió una ofensiva ideológica neoliberal que implantó un verdadero terror ideológico. Cualquiera que reivindicara una crítica al capitalismo o al quimérico “libre mercado” era inmediatamente segregado de los medios de comunicación de masas. Era la época del “fin de la historia”, del fin del socialismo y del marxismo.
Durante los últimos veinticinco años los movimientos sociales de la región estuvieron pues bajo el impacto de situaciones críticas. Sin embargo no debemos culparlas en nombre de las dificultades económicas, pues era posible superarlas con políticas de preservación del interés nacional, rehusándose a pagar una deuda internacional altamente cuestionable y tasas de interés totalmente insanas. Sin embargo prevalecieron los intereses ligados al pago de los servicios de la deuda, con las renegociaciones de la misma y las inmensas comisiones en moneda fuerte que pagaban. Se afirmó en este período una típica burguesía “compradora” en la región que se impuso progresivamente sobre los capitales locales, impedidos por las políticas neoliberales de sacar ventajas de los cambios del comercio mundial que fueron casi totalmente aprovechados por los países asiáticos que no dependían tan directamente de los préstamos internacionales para sostener sus políticas de exportación y de crecimiento económico. Ayudados por reformas agrarias profundas, realizadas en la pos Segunda Guerra Mundial, estos países disponían de mercados internos más amplios y de políticas educacionales profundas que buscaban neutralizar la influencia de regímenes socialistas en el sudeste asiático. Es natural por lo tanto que el movimiento obrero renaciera en la región durante este periodo bajo formas más cautelosas buscando el apoyo de los liberales y de la Iglesia que se apartó de los regímenes dictatoriales que en el pasado favoreciera, para asumir ahora las banderas de los derechos humanos, de la amnistía y del restablecimiento de la democracia.
En este ambiente, las propuestas neoliberales encontraron un campo fértil y se enraizaron totalmente en virtud de la auto-destrucción del socialismo soviético y euro-oriental. En realidad la concepción neoliberal penetró definitivamente en los partidos de izquierda llegando a su formulación más sofisticada en la llamada Tercera Vía que se explicitó en la década del 90. Se trataba de articular la tesis de que no hay alternativa para la concepción neoliberal de la economía. Esta economía expresaría la eficacia del libre mercado que no garantiza sin embargo los derechos sociales de los trabajadores. Sería necesario en consecuencia combinar el neoliberalismo económico con un programa de políticas sociales (o compensatorias, como lo plantean el FMI y el Banco Mundial al aceptar los efectos negativos “provisionales” de la “transición” hacia el “libre mercado”). Era evidente la debilidad teórica y práctica de esta propuesta que fue en seguida abandonada en la medida en que el neoliberalismo se hacía cada vez más insostenible tanto en el plano teórico doctrinario como práctico.
El movimiento obrero se encuentra aún bajo el efecto de estas confusiones ideológicas pero ha recuperado buena parte de su capacidad política durante el crecimiento económico sostenido de 1994 al 2000 cuando el desempleo cayó en Estados Unidos de 12% a 3,4%. La demostración de la posibilidad de volver al pleno empleo provocó un renacimiento de la militancia sindical americana, incluso en la reorientación de la central sindical AFL-CIO hacia tesis progresistas. En América Latina el movimiento obrero del período estuvo en ascenso solamente en Brasil en los años 70, parte de los 80 y en algunos momentos aislados de los 90. La explicación de la pérdida de combatividad del movimiento obrero en los últimos años se encuentra en las dificultades de convivir con el desempleo creciente resultante de la situación recesiva permanente.
De las fuerzas clásicas del movimiento popular en la fase nacional democrática, el movimiento estudiantil fue el que más sufrió al ahogarse en el mundo del debate ideológico y sufrir el impacto de la ola neoliberal. De ser el centro de las luchas sociales se convertía en movimiento de reivindicaciones sectoriales, lo que fue aislándolo cada vez más. La expansión de las universidades privadas y del número de estudiantes universitarios de clase media disminuyó el carácter de elite intelectual que este tenía hasta el inicio de la década de los 70. Podemos decir que ha perdido mucha de su fuerza no sin haber dejado un rastro ideológico profundo como resultado de los movimientos de 1968. Su programa se hace cada vez más radical en los 70, separando estudiantes y masas populares. La represión terminó afectando también el movimiento estudiantil disminuyendo su militancia y su liderazgo ideológico.
En los años 80 y 90 ganaron una fuerza especial los movimientos de los barrios llamados “marginales” y hoy “excluidos”. Su organización creciente consiguió sin embargo mayores recursos fiscales para su infraestructura, a pesar de insuficientes para romper sus dificultades básicas. Las organizaciones de mujeres jugaron un papel fundamental en el movimiento de pobladores, organizándose para la autogestión de recursos dirigidos a cubrir necesidades básicas de alimentación, seguridad y servicios, basados en el espíritu comunitario y fuertes lazos de solidaridad. Ejemplos claros de este fenómeno son los comedores de madres y los comités del vaso de leche en Perú.
Asimismo, el aumento de la actividad comercial de drogas prohibidas, sobretodo la cocaína, ha abierto la posibilidad de un relativo enriquecimiento de los miembros de verdaderos ejércitos de criminales organizados. Una situación similar a la de Chicago en los años de 1920 y 1930. Esta presencia de los factores criminales entre los barrios miserables, como es el caso de Brasil, ha justificado una adhesión creciente de partidos de izquierda y de los movimientos populares con responsabilidad de gobierno a las técnicas de la represión social. Al abandonar la tortura y otros comportamientos violentos en el plano político, las fuerzas de la represión volvieron a concentrarse en la represión de los pobres y criminales de origen popular.
Al mismo tiempo, los movimientos sociales son cada vez más afectados por las fuerzas sociales emergentes. Este es el caso de los movimientos de género, los indígenas, los negros, la defensa del medio ambiente y otros. Ellos imponen nuevos temas a la agenda de las luchas sociales. Su punto de partida asume formas liberales, expresados en la defensa del derecho de votar, de garantizar jurídicamente sus derechos en bases iguales a la fracción masculina dominante, de valorizar sus características propias, de reconocer su identidad y sus características étnicas como parte sustancial de la cultura nacional. Con el tiempo, estas reivindicaciones pasan a integrar todo un proyecto cultural que exige el rompimiento con la estructura económico social que generó el machismo, el racismo, el autoritarismo. Se encuentra una identificación sustancial entre el modo de producción capitalista, como fenómeno histórico, con estas formas culturales que penetran profundamente en todo la superestructura de la sociedad moderna. Las propias raíces de estas llagas se encuentran en la pretensión de una racionalidad iluminada que tendría a Occidente como cuna y que justificaría el colonialismo, despreciando sustancialmente la importancia de las culturas y civilizaciones del Oriente o de las comunidades indígenas pre-colombinas.
Los movimientos sociales empiezan así a romper con toda la ideología de la -modernidad como forma superior y como única expresión de la civilización. Este enfoque ha dado una fuerza muy especial a los movimientos sociales al presentarlos como fundamento de un nuevo proceso de civilización pluralista, realmente planetario, post-racista, post-colonial y quizás post-moderno.
Finalmente, durante esta fase es necesario destacar dos características fundamentales: en primer lugar, la identidad de los movimientos sociales empieza a reivindicar una cierta autonomía, sale del marco de los partidos comunistas, de las reivindicaciones nacionaldemocráticas y desarrollistas, para asumir una autonomía bastante significativa, que da origen y se vincula a la cuestión ciudadana de lucha por los derechos civiles y se confunde con las luchas contra las dictaduras en América Latina. Esta va a ser una de las principales vertientes de las ONGs, de tal forma que se empieza a dar una interacción de entre los movimientos con una relativa autonomía de los partidos políticos, y las ONGs apoyan esta autonomía.
En segundo lugar, se presenta una tendencia a la formación de partidos políticos a partir de estos movimientos. La expresión más avanzada de esta tendencia es el Partido de los Trabajadores en Brasil. Existen también otras organizaciones políticas impregnadas de esa visión ideológica, una sociedad civil que se esta formando y que proyecta sobre el Estado la gran cuestión que la sociedad civil todavía no resolvió: en la medida en que ella crece y gana importancia, su relación con el Estado deja de ser simplemente crítica para ejercer también hegemonía sobre el Estado. A partir de este momento, la postura crítica se transforma en una postura positiva, que se expresa en propuestas de políticas de Estado y que viene constituyendo una nueva fase en formación de diseño de un nuevo programa de políticas públicas que absorbe parte del programa nacional democrático-desarrollista anterior pero con críticas significativas que incluyen esas nuevas demandas ecológicas, democráticas en términos de participación política, este autonomismo se convierte en una reivindicación más democrática y ejercicio de influencias sobre el poder. Todo esto va constituyendo un nuevo espacio político que no resolvió sus contradicciones entre autonomía y gestión del Estado, entre democracia en el sentido de afirmación autónoma y el sentido de gestión del Estado, entre reivindicaciones autónomas y políticas públicas y el poder de transformar las condiciones materiales.
4. LA GLOBALIZACIÓN DE LAS LUCHAS SOCIALES
Después de Seattle en 1999, los encuentros del Foro Social Mundial en Porto Alegre y las manifestaciones de masa que lo sucedieron en varias partes del mundo ya se perfila una nueva realidad de los movimientos sociales que indican una dinámica no solamente defensiva sino también ofensiva. Este fenómeno ya estaba inscrito en las movilizaciones de 1968 pero cobra un significado especial después de la caída del campo soviético cuando las luchas sociales ganan la dimensión de un gigantesco movimiento de la sociedad civil contra la globalización neoliberal. Su articulación con fenómenos políticos se hace más evidente y se expresa en el surgimiento de formas de lucha insurrecciónales nuevas, como el Zapatismo en México y sus desdoblamientos internacionales en la convocatoria por la lucha contra el neoliberalismo que atrajo personalidades de todo el planeta; la emergencia de movimientos indígenas de resistencia que terminan derrocando gobiernos y dando origen a partidos y nuevos gobiernos como en Bolivia y Ecuador; el éxito electoral del Partido de los Trabajadores en Brasil, Uruguay, Venezuela que surge de una articulación de los movimientos sociales. Todos estos fenómenos latinoamericanos forman una nueva ola de transformaciones sociales que tiene fuertes raíces en los nuevos movimientos sociales nuevos y en su articulación con las fuerzas de los movimientos sociales clásicos, con la evolución de la izquierda en su conjunto y hasta con los sectores nacionalistas de las clases dominantes produce un complejo proyecto histórico aún en construcción que se expresa también el los procesos de integración acompañados de una creciente densidad diplomática entre los gobiernos latinoamericanos.
El programa alternativo que se dibuja en la región no puede restringirse a una resistencia económica y cultural, más aún cuando la historia de América Latina pasa por un largo periodo de estancamiento económico con el abandono del proyecto desarrollista nacional democrático confrontado a hierro y fuego por la represión imperialista y gran parte de la clase dominante local; cuando la historia de este período se confunde con la dominación brutal de los intereses financieros sobre la economía, colocando las fuerzas productivas a su servicio, incluso el Estado que aumenta su intervención para transferir recursos hacia este sector; cuando todo esto se hace en nombre de una ideología reaccionaria que se presenta como la expresión última de la modernidad y como el “pensamiento único”, resultado del fin de la historia. En tales circunstancias el programa alternativo debe asumir un carácter global, el de un nuevo marco teórico y doctrinario que proponga una nueva sociedad, una nueva economía, una nueva civilización.
Mientras esta tarea de décadas se desdobla, se van dibujando luchas parciales que asumen un carácter cada vez más sustancial. La integración regional latinoamericana por ejemplo gana dimensiones concretas en el MERCOSUR, la Comunidad Andina de Naciones y en el proyecto del ALBA y la Comunidad Sudamericana que cuenta con el apoyo sustancial del ideal bolivariano. Al mismo tiempo, este ideal es convertido en doctrina de Estado y de gobierno en Venezuela, inspirándose en la dinámica de la democracia participativa profundamente articulada con la lógica de los movimientos sociales.
Muchas serán aún las novedades ideológicas, políticas y culturales que surgirán en este nuevo contexto. En el proceso electoral de Lula en Brasil se unieron sectores sociales hasta entonces desarticulados en búsqueda de un nuevo bloque histórico que articulase las fuerzas de la producción en contra de la dominación del capital financiero. Un perfil similar se dibujó en Argentina después de los grandes movimientos de masa que cuestionaron radicalmente el programa neoliberal. En toda la región se habla de un nuevo desarrollismo que busca crear las condiciones de una nueva política económica que restaura en parte los temas y la agenda de los años 60 y 70 adaptando la misma a las nuevas condiciones de la economía mundial. Lo que importa es la voluntad política, los aspectos técnicos son secundarios y fácilmente obviados por el amplio desarrollo de los profesionales de la región.
Varias son las manifestaciones concretas de la nueva propuesta que deberá sustituir la barbarie intelectual del pensamiento único neoliberal y que incorporará la región a una nueva realidad política e ideológica. Esta nueva propuesta pone en debate las grandes cuestiones del destino de la humanidad y los movimientos sociales representarán el terreno fértil en que brotarán las soluciones cada vez más radicales pues son las raíces que estarán en juego: la desigualdad social, la pobreza, el autoritarismo, la explotación. Toda esta agenda estará de nuevo en la arena de la historia.
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